lunes, 28 de diciembre de 2009

Al pisar los últimos peldaños de mi vida

Al pisar los últimos peldaños de mi vida



Por Manuel Almonte
Artista Plástico

Con el transcurrir del tiempo, y como si nos encontráramos irremediablemente varados ante una ventana mitad cubista y en parte impresionista, que es la vida, pasamos por momentos en que nos sentimos en capacidad supuesta de llegar a conclusiones que casi siempre creemos definitivas.

Somos supuestos maestros del decir que se distraen presenciando el girar de la vida, cual tiovivo de alas rotas que en cada vuelta nos lanza en pleno rostro un puñado de vidrios que dejan miles de llagas en lo más profundo del alma, marcando, a su vez, una senda de dolor que nos acompañará por siempre. Por algo, al nacer nos reciben con una nalgada.

Creemos girar ante la vida, y no que esta lo hace frente a nosotros; la cual, constantemente, pretendemos frenar para intentar remover lo más profundo de su interioridad en busca de secretos que, por demás, creemos ya sabidos. Somos expectantes ante la vida, simplemente.

Tomamos por sabio el juicio compartido, dándolos por justo y verdadero, mientras aborrecemos la contradicción que nos desnudadas.

¡Que cosa la del ser humano! ¡Oh!, estoy estableciendo un juicio similar a lo que intento aclarar o quizás denostar. Bueno, perdonen ustedes, pero entiendan que, al decir del filosofo, también soy humano, que asciende o declina, que ríe y llora, que se arrodilla ante la divinidad del bosque en primavera, que le sobrecoge la intimidad amorosa del invierno, la desnudez del otoño, o la individualidad forzada del verano. Pero el caso es que de alguna manera tenemos que intentar hilvanar las ideas esenciales que permitan entendernos hasta en lo más trivial de la vida.

Olvidemos por un instante la presunción de eruditos, y permítanme seguir tratando de explicarles cosas tan simples, y que son de lo más profundo de mi alma, como es el musgo al río, el rocío al amanecer, o la enigmática luz de la luciérnaga al negro manto nocturnal.

Yo no tengo problemas de insatisfacciones tempranas con la vida, a menos que no sea el recriminarle la prisa despiadada que lleva frente a los hombres.

Creo que, al menos como creador, le he sacado el mejor partido a la tristeza sin caer en la amargura, pues esta, al igual que “la mentira, mata el alma y la envenena,” por lo que no debiera anidar en nuestros corazones.

Por eso, me atrevo a afirmar que he sido un hombre feliz que se desnuda en un mar de infinitos colores sobre una paleta tierna y pura, forjadora de sueños mágicos que sólo aspiran a la comunión total de la humanidad.

Vivo por y para mi don de creador; fruto absoluto de la misericordia del supremo.

Mi pobreza material se reduce frente a las bondades que me prodiga la vida al darme una familia como la que disfruto, y sufro. “La vida no es color de rosa”, hace tiempo se dijo. Por igual, tengo unos amigos del alma que al igual disfruto, y sufro.

Eso y mucho más entiendo de la vida. Eso y mucho más entiendo que es la vida.

Por tanto, si en cada mañana pudiésemos experimentar las más hermosas fantasías, fantasías y sueños que, pese a todo, se pueden estilar en este mundo de dolor, para ir poco a poco armando cada eslabón de una cadena invisible que dé forma y contenido a la esperanza de una certera rebeldía como respuesta a las burlas de la vida.

También entiendo, que mientras seamos capaces de disfrutar cada atardecer como alfombra de la noche, mientras podamos darnos cuenta que hay color en todo lo que es parte de la vida, y que estos colores pueden ser transformados en polvos mágicos que frenen las inconsecuencias del hombre consigo mismo y su entorno, mientras veamos la sutil belleza de la humilde flor que nace a la orilla del camino desafiando la brusquedad de nuestros pasos, mientras nos demos cuentas que la transparencia del riachuelo es parte de su vida y de la nuestra, que el verdor del campo debiera ser la simple extensión del arcoiris que nazca en nuestros corazones; suma de nuestros más puros sentimientos, mientras seamos capaces de ver un poco más allá de lo tangible, podremos, entonces, esperar un poco más de elasticidad de la vida para hacerla nuestra cómplice.

Por eso, y tantos más, les voy a confesar algo; pese a nunca haberme detenido a escrutar el final, mi final; hoy, que estoy profanando los últimos peldaños de mi existencia, pensaba que llegaba el momento en que terminarían las posibilidades de sentir cualquier deslumbramiento antes lo fortuito de la vida, pero resulta, que mi juicio era completamente desacertado; el Martes 2 Diciembre del presente 2009, llegó a mi un rayo de luz que iluminó toda mi interioridad que, por lógica de vida, se apaga lentamente como muere el día al caer el sol sobre la pradera, o el río que surge monte adentro para regar el llano sin excusas ni tropiezos antes de ir al encuentro definitivo con el mar. Así, mi niña Laura y Fernando, me trajeron de regalo a mi primera nieta, como una de las más hermosas flores de los jardines siderales, cuyo aroma angelical nos impregnó a todos desde el primer día en que fue llevada a casa. Y a propósito, la última confesión, ese, su aroma de azahar de infanta esperada, surge cada mañana por todos los intersticios de la casa, bañándonos a todos, bañándolo todo, acompañado de un rítmico gorjeo que llena el aire como canto de amor y esperanza.

Lo demás, se lo dejo a vos, si es que tiene nietos, y si no, lo siento en el alma, pero si cree en el hechizo de la esperanza, sé que le ha de pasar igual que a mí: entender el significado de la vida, esperar pacientemente su continuidad y empezar a entender que esta, cual tiovivo de alas rotas, ya puede parar y venir implacable con el certificado final.

Por ello doy “Gracias a la vida, que me ha dado tanto…”


6-12-09