miércoles, 14 de octubre de 2009

Guillermo Sención Villalona

De la creación artística al realismo mágico


Escribir es el verdadero modo de no leer y de vengarse de haber leído tanto.

J. L. Borges


Guillermo Sención Villalona

Quizás por tener la fortuna de haber sido uno de los primeros lectores de Los que falsificaron la firma de Dios, cuando el relato buscaba el cuerpo definitivo con que sería conocido en el mundo literario dominicano, me ha tocado el placer de haberlo leído en otras tres ocasiones, ya que quedé atrapado en su madeja y seguro de que el día en que se hiciera público, sería el día del nacimiento de un texto que removería escombros, que haría descender el vocablo NOVELA hasta llegar al gran público, al pueblo llano, el que está al margen de la producción literaria, de la cual disfruta un número bastante reducido de personas en nuestro medio.
Como es conocido, los resultados tras su publicación fueron estupendos: Viriato Sención es un nombre conocido, la obra ha sido bien conocida; hasta Antonio Bell fue conocido en público. Sí, ese personaje de ficción fue buscado por los lectores con incansable avidez hasta conocerse que existía fuera de las páginas con que nos deleitamos durante nuestra lectura del relato. Fue trasladado a la historia, sacado de la fantasía, acción instintiva tan común en los lectores cuando se enfrentan a la lectura de textos donde tienen lugar hechos históricos muy conocidos.
Quisiera hacer algunas anotaciones acerca de esta primera novela de Viriato, considerando que obedezco a algunos conceptos muy particulares en lo relativo al modo de apreciar la creación literaria, y que opino que la referida novela está de acuerdo con dichos conceptos.
Escribir ficción es ejecutar un arte, supone una creación para la Estética, lo que significa que lo narrado debe producirnos emoción, sacudirnos internamente, esto, al margen de lo que pueda ser una trama, un desenlace, si lo hay, y por último, de la estructura formal que pueda contener lo contado. Gabriel García Márquez define la novela como una transposición poética de la realidad, y acierta; es decir, la novela debe tener integrado el elemento poético en su vientre, si no lo tiene, no logrará atraparnos como lectores. A mí, por ejemplo, me emociona el modo de decir que septiembre dará paso a octubre en la página 19 de la obra. Veamos:

Estaba por culminar septiembre, pero aún el sopor de agosto se evidenciaba en la tristeza de los árboles.

Y más:

En los primeros días de junio, poco antes de las vacaciones, con la cercana presencia de los besos soñados de Laly Pradera, con la recurrente visión de la naturaleza de su pueblo, cuyos ríos se le aparecían ahora más limpios y apacibles, y las montañas más verdes y edénicas, y el laurel de la plaza como un monumento erigido en un jardín de amores, resolvió quitarse de un solo golpe su único motivo de perturbación,... (página 52)

Para culminar así:

Esta es la época en que todo el pueblo parece un jardín, parido de flores y de arco iris; la tierra llena de lluvia buena; y de casitas de lombrices los patios de la madrugada; las muchachas cantando su candidez en la iglesia y en la escuela, y suspirando de amores. (páginas 52-53)

Para citar un ejemplo diré que nunca olvido mi lectura de Las olas, de Virginia Wolf. Muchas veces pensé que estaba frente a un extenso poema; es ésa una novela cargada de imágenes de tanta belleza que nos obliga a ver su trama (por demás interesante) de soslayo; nos interesamos más por la laboriosidad artística con que la eximia novelista elaboró su obra que por las ideas existenciales que nos transmite en la misma. Lo mismo podría decir del extenso monólogo Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar; es una construcción literaria fabulosa, puede haber moldeado mi apreciación en este tipo de escritura. El quijote coronaría esta reflexión.
Cuando Borges afirma que no recuerda cuál fue el último libro que leyó entero, creo que ofrece su visión acerca de lo que busca con la lectura de una obra literaria, pienso que el sabio escritor nos indica que ha encontrado -o no ha encontrado- lo que él llama su “emoción estética” con las páginas que ha considerado suficientes del volumen leído, aunque desconozca la palabra que pone fin al mismo
Se podría decir que la iniciativa artística empieza en la novela de Viriato con el atrayente y misterioso título que le acompaña; es muy sugestivo, muy acertado.
Después de un nombre tan curioso somos llevados de la mano del narrador a conocer las vejaciones a que es sometido el mozalbete seminarista Bell por el poder despótico de Tirano, con la anuencia de una iglesia católica que se muestra doblegada hasta lo indecible ante ese ser dominante y egocéntrico, pero que también se muestra dictatorial, inquisitorial, en su recinto, como puede leerse en la página 27:

Para ganar tiempo, caminó despacio por el corredor y no tuvo que mirar hacia atrás para darse cuenta de que el padre Sáez lo estaba siguiendo con una pistola en los ojos.

Y en la página 54, valiéndose también el autor de una expresión metafórica:

Siento los pasos del maestrillo Ordóñez; sus pasos gatunos son inconfundibles; los del maestrillo Garmídez son un poco alborotados; pero éstos no; son como un humillo ligero que va penetrando hasta en el sueño de los seminaristas.

Nuestra lectura continúa a través de senderos poblados de una prosa ágil, sin artificios, donde aparecen insertados algunos cuentos, terminando la travesía en el siglo XXI, en las postrimerías de la vida del doctor Ramos, ése que cada día nos da la impresión de que salió de las páginas de la novela a dar un paseo por el parque Mirador para regresar más tarde a internarse en la página 322, y decir:

General, detenga el canto de ese gallo.

En ese final fantasmagórico, la escritura nos remite a las mejores páginas producidas por el “realismo mágico latinoamericano”; nos recuerda al Carpentier de El siglo de las luces y El reino de este mundo, a la celebérrima Cien años de soledad, y al Rulfo de Pedro Páramo.
En fin, en Los que falsificaron la firma de Dios hay una narrativa fluida (donde aparecen vestigios de monólogo interior) de lectura fácil y amena, además de entretenida, con momentos de gran dramatismo, como la muy señalada pelea de gallos; en mi opinión, momento cumbre, el más alto de la novela. Además, se capta un acertado manejo de los personajes, donde el narrador penetra con éxito en los caracteres psicológicos de algunos de ellos:

El doctor Mario Ramos era un hombre para el cual cada instante de su existencia tenía un valor intransferible: acuñaba, meticulosamente, cada partícula de tiempo, cual si fuera un organismo viviente, y alimentaba cada célula, cada eslabón, con el celo de un avaro, con la rigidez de asceta. Con nadie compartía un trato íntimo, por nimio que fuera; y así, iba abovedando las cimientes en el oscuro arcano de una vida que no conocía de rubores, ni de estremecimientos, como un agigantado vegetal hecho roca. Sus actos obedecían, maquinalmente, a un rígido programa, cuyo propósito sólo él conocía.(Página 105)






Santo Domingo, D. N.
20 de noviembre de 1992

No hay comentarios:

Publicar un comentario